INDUSTRIA AERONÁUTICA

Colócate en la proa del barco, la mitad del avión y de copiloto del coche para no marearte

Cinetosis. Así se llama el trastorno que nace en nuestro organismo cuando éste no se acompasa al movimiento del mundo. Significa, en su raíz etimológica griega, mareo por movimiento y se produce, por ejemplo, al montar en un avión, subir a una noria o a una montaña rusa. En la actualidad, los farmacéuticos aconsejan una remesa de productos con la que aplacar esa sensación de inestabilidad y no dar alas al mareo, aunque las estadísticas de varios estudios (entre otros los que fomenta el laboratorio Uriach, que tiene en su haber la producción de la conocida Biodramina) hablan de que unos seis millones de españoles sí sufren malestar cuando se desplazan en un medio de transporte.

Existen personas que confiesan en dichos estudios que no viajan para ahorrarse esa amarga cinetosis. De hecho, notorios son los casos de deportistas y artistas que deciden no acudir a un evento o cita internacional por su miedo a volar o por sus náuseas durante el viaje. «Legendarios» también son los nombres de viajeros incombustibles que sentían predisposición al vómito y las sensaciones desagradables durante los trayectos, fuesen en caballo, en buques o carromatos. De hecho, dejaron por escrito ese desasosiego al tener que desplazarse: así ocurrió con Cristóbal Colón, Cicerón, Julio César, el almirante Nelson, el astronauta soviético Gherman, Lawrence de Arabia o el duque de Medina Sidonia, entre otros.

Pero la cinetosis o mareo distingue entre segmentos poblacionales -de hecho afecta con mayor preeminencia a los ancianos, niños y más a las mujeres que a los varones- y también entre medios de locomoción. No en vano, dos de cada diez pequeños de entre 2 y 12 años sufren con regularidad trastorno en sus desplazamientos. Tras esa edad, disminuye el efecto de la cinetosis porque también se mitiga la sensibilidad al movimiento. Puede desaparecer el mareo. O no.

¿Cómo nos marea nuestro cuerpo? El cerebro registra el movimiento a través de tres sistemas: el somatosensorial, formado por músculos y tendones, que aporta datos sobre la posición del cuerpo; el visual, sobre todo el periférico; y el vestibular, alojado en el oído interno. Este último informa sobre la posición de la cabeza y el movimiento con respecto al eje gravitatorio. Y lo hace a través de sus canales semicirculares, que responden a la aceleración angular de la cabeza; y los órganos otolí­ticos, encargados de registrar los movimientos verticales y horizontales. Si las informaciones que reciben y emiten no cuadran, se produce cierto «conflicto» y el cuerpo lo manifiesta con los síntomas típicos de mareo como la sudoración, el vértigo, la pesadez estomacal, la sialorrea o segregación excesiva de saliva, la palidez, el aturdimiento o dolor de cabeza, las arcadas y regurgitaciones. Se pierde el equilibrio, en suma, que reside en el oído interno, en la cavidad más conocida como el laberinto…

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