La reserva natural Mbaracayú, situada en el noreste de Paraguay y con una extensión de 64.046 hectáreas dentro del Bosque Atlántico, fue postulado como un modelo de «turismo sostenible, respetuoso tanto con el medioambiente como con las comunidades indígenas» que lo habitan.
Esas premisas fueron resaltadas por los responsables de la reserva durante la presentación de sus próximas actividades en una rueda de prensa en la sede de la Secretaría Nacional de Turismo (Senatur), en Asunción.
«La prioridad es la conservación de los recursos naturales con actividades de bajo impacto ambiental y propuestas turísticas que no sean masivas», dijo Edgar García, encargado de la gestión turística del área.
Una de las características de la reserva, ubicada en el departamento del Alto Paraná, es que está administrada por una entidad sin fines de lucro, la cual también gestiona otra área natural y un museo dedicado al naturalista y etnógrafo suizo Moisés Bertoni (1857-1929), estudioso de la cultura y la naturaleza de Paraguay.
Entre sus recursos naturales se encuentran especies de flora y fauna amenazadas, como la yacutinga o el pájaro campana, y algunos animales silvestres autóctonos como el jaguareté, el puma, el tapir o el armadillo.
En la reserva viven también comunidades del pueblo indígena aché, cuyas interacciones con los turistas se están intentando regular, según García.
«Estamos tratando de erradicar esa interacción agresiva entre los turistas y los indígenas, en la que los visitantes entraban a sacar fotos y se inmiscuían en la vida cotidiana y la intimidad de los aché», explicó el gestor turístico.
Centro de recepción
Ahora los turistas llegan a un centro de recepción de visitantes, donde se encuentran con los aché y realizan algunas actividades con ellos, ya sean prácticas de tiro con arco o de medicina tradicional con plantas.
«Cuando recibes a una visita en tu casa, la invitas a la sala o al patio, pero nunca entra en tu dormitorio o tu cocina. Es la lógica que estamos intentando instalar», ilustró.
García se opuso además a un modelo de turismo «basado en el morbo de mostrar la miseria ajena, sea la de una comunidad indígena, un barrio periférico de Asunción o un grupo de personas refugiándose tras una inundación».
Aseguró también que, pese a que los indígenas «esperan una recaudación económica tras las visitas turísticas», la fundación se esfuerza por controlar el dinero que procede de la venta de artesanía, para que pueda beneficiar a toda la comunidad.
«El turismo debe ser una forma de generar ingresos para reinvertirlos en la conservación del espacio y la mejora de las condiciones de vida de sus habitantes», afirmó.
En este sentido, la organización que gestiona la reserva mantiene un centro educativo que funciona como un internado, donde alrededor de un centenar de jóvenes de contextos vulnerables en el entorno de la reserva se capacitan en ciencias ambientales.
«El costo por cada alumna es alto, porque las chicas comen, duermen, y estudian en la escuela. Pero estamos tratando de ser autosuficientes y mantener el centro con los recursos que generan otras actividades en la reserva, como el turismo o los deportes de naturaleza», relató García.