Los aviones comerciales siguen volando a la misma velocidad que en los años 50. Dada la extensión de los avances en el sector aeroespacial en el último medio siglo, además de los saltos tecnológicos en casi todos los demás aspectos de la actividad humana, parece razonable preguntar: ¿por qué no podemos volar más rápido?
Es la interrogante que impulsa a una startup llamada Boom Technology, que dice que es hora de popularizar los vuelos supersónicos. La empresa busca velocidad con una idea audaz: un avión con una capacidad máxima de 45 asientos que se desplaza a Mach 2,2 (2.321,6 kilómetros por hora), más rápido que el desaparecido Concorde y que el estándar de 880 km/h, con tarifas no más caras que las de un viaje de ida y vuelta en clase ejecutiva hoy en día, entre US$5.000 y US$10.000.
Sin embargo, mucho antes que los pasajeros puedan maravillarse por atravesar rápidamente el Atlántico, Boom tendrá que venderles a las aerolíneas no solo un avión con tecnología disruptiva, sino también uno que pueda alcanzar esas velocidades asombrosas de forma efectiva en términos de costos. Debe obtener ganancias sólidas -no se permiten retornos mediocres- uno de los motivos fundamentales por los que el Concorde se transformó en una aberración de la aviación comercial en lugar de convertirse en el heraldo de los vuelos supersónicos universales…