Cuando el bueno de Leonardo da Vinci dibujó un prototipo de avioneta le tomaron por loco. Siglos después la aviación comercial ha logrado que volar sea algo habitual para buena parte de los mortales. Las aerolíneas se esfuerzan para que las horas que uno pasa allí arriba, a 10 kilómetros de altura sobre la superficie terrestre, sean lo más agradables posible. Se agradece el esfuerzo. Aun así, hay ciertas cosas poco amigables que el pasajero debería tener en cuenta.
No espere una experiencia gourmet
Sí, las compañías aéreas ponen toda la carne en el asador para que su paladar viva un deleite de altos vuelos. Incluso fichan a chefs con varias estrellas Michelin para confeccionar sus menús de a bordo y se esmeran por llevar una bodega con vinos y espumosos de primera división. Frente a su buena voluntad, la naturaleza humana y la física están empecinadas en hacer vanos los esfuerzos. “En el aire, la comida y la bebida saben como cuando estamos resfriados”, señala la especialista en química y aromas, Andrea Burdack-Freitag. Esta doctora dirigió en 2010 un estudio para Lufthansa para averiguar por qué la comida del avión sabe deliciosa en los fogones de tierra, pero tiene un regusto a corchopán en pleno vuelo. Y se topó con que la escasa humedad en cabina —en torno al 12%, menos incluso que en pleno Sáhara— limita la función olfativa, que también influye en el gusto.
Además, la menor presión atmosférica reduce la saturación de oxígeno en sangre, limitando así la efectividad de los receptores de gusto y olfato: entre un 20% y un 30% menos en los matices salados y un de 15% a un 20% los dulces. Por último, el ruido de fondo constante de los motores hace que la experiencia gastronómica sea mucho menos gourmet de lo esperado.
O con el té. O con cualquier consomé rehidratado a bordo. La razón es sobre todo de precaución: si usted es de paladar o intestino sensibles al cambio de agua cuando viaja, huya de todo líquido no embotellado. También del hielo. Por muy higiénico que sea, se produce con agua del grifo de la ciudad de salida. Pero hay más. Según un estudio de la Agencia de Protección Medioambiental de los EE UU (EPA) la salubridad de los depósitos de agua potable —esa con la que se hace el café— es mejorable en uno de cada ocho vuelos.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) recuerda en su tercera edición de la Guía de higiene y saneamiento de los transportes aéreos que “la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos (USEPA), Health Canada y la Asociación de Autoridades de Sanidad Portuaria del Reino Unido (APHA) han realizado estudios que destacan la preocupación por la inocuidad del agua de las aeronaves”, en los que encontraron microorganismos que, aunque no son patógenos per se son un indicio de prácticas inadecuadas de saneamiento.
Eso sí, añade: “No hay informes conocidos de enfermedad asociada con el consumo de agua contaminada en aeronaves. Sin embargo, el potencial de enfermedad grave existe, particularmente para personas con compromiso de su salud (es decir, individuos con enfermedad crónica)”.
Controle su ingesta de alcohol
No pruebe el alcohol. Desde KLM recuerdan a sus pasajeros que la menor presencia de oxígeno en sangre intensifica los efectos del alcohol, incluso en pequeñas cantidades. Así que con dos copas de vino, usted puede parecer beodo, sin estarlo en absoluto. Añada otro factor imprevisible: si hay turbulencias, no podrá levantarse al baño a aliviarse cuando empiece a sentirse mal. Ahora imagínese que en su cabeza todo da vueltas y que, para más inri, el avión se agita como una maraca. Moraleja: no beba y tenga un vuelo en paz…