La caipirinha que el secretario general de la FIFA quiere tomarse en, exactamente, un mes para festejar el inicio de la Copa del Mundo en Brasil puede resultar un tanto amarga: las obras se arrastran en cuatro estadios, mientras la inseguridad aumenta en Río de Janeiro.
El sueño (¿megalómano?) de Brasil de reformar completamente o construir 12 estadios hipermodernos para acoger el Mundial y mostrar al mundo su poderío de gigante emergente ha sido opacado por una ola de crÃticas no solo de la FIFA, sino de los propios brasileños debido a los 11.000 millones de dólares que costará el torneo al erario público.
La presidenta Dilma Rousseff, que se juega la reelección en octubre, ha inaugurado ya casi todos los estadios de la Copa del Mundo, pero cuatro -el inaugural de San Pablo, más Curitiba, Cuiabá y Porto Alegre- siguen en obras a 30 días del inicio oficial, el 12 de junio.
"Hemos vivido un infierno en Brasil", confesó la semana pasada el secretario general de la FIFA, Jerome Valcke. Algunos políticos se oponen a la Copa, y la FIFA ha tenido que negociar con tres niveles de gobierno (federal, estatal, municipal), explicó.
Además, en 2012 hubo elecciones y muchos interlocutores cambiaron.
Valcke admite resignado que los estadios estarán listos recién "a último minuto" y solo ansía que comience la Copa de una vez para tomarse una caipirinha y disfrutar de los juegos.
Todas las ciudades sede debían tener 4G. Pero el internet wi-fi no funcionará bien en la mitad de los estadios y habrá problemas en la operación de aeropuertos, alerta desde ya el Gobierno brasileño.
El poder del pueblo
Aunque los brasileños que quieren la Copa del Mundo en casa aún son mayoría, el porcentaje de la población que la apoya ha caído mucho, de 79% en 2008 a 48% en abril. Hace seis años, solo un 10% de los brasileños se oponía a la Copa, contra un 41% hoy.
"Nadie sabe qué tenor tendrán las manifestaciones, pero pueden suceder dos cosas simultáneas: un gran éxito de la Copa, del…