Durante 53 años los quiteños se acostumbraron a ver descender los aviones sobre los techos de los edificios de la capital ecuatoriana para aterrizar en el norte de una urbe donde viven más de dos millones de personas.
Para los barrios cercanos al antiguo aeropuerto Mariscal Sucre, la contaminación sonora actuaba de despertador, para levantarse con el vuelo de las seis de la mañana o saber la hora según la llegada de alguna conocida línea aérea. Era como vivir en un eterno sobresalto.
Esa cómoda y peligrosa relación del aeropuerto y su ciudad comenzó el 5 de agosto de 1960 cuando aterrizó la primera aeronave en las llanuras de Iñaquito, sector de Chaupicruz, después de que ese complejo funcionara, por décadas, únicamente como base militar.
La antigua terminal, diseñada para un máximo de tres millones 600 mil pasajeros al año llegó a operar en ese tiempo con cinco millones de pasajeros, en una pista de escasos dos mil 350 metros y ubicada a dos mil 813 metros de altura, una de las más altas del planeta.
Al ser un aeropuerto de altura el desempeño de los aviones disminuye por la menor cantidad de oxígeno, lo que le impedía una carga completa de combustible al despegar, unido a una pista corta en medio de montañas y un pronunciado ángulo de aproximación.
Esas complejas características del antiguo Mariscal Sucre influyeron en 16 accidentes aéreos ocurridos en su historia, muchos de ellos con elevado saldo de muertes y heridos, tanto entre los pasajeros de aeronaves como en las poblaciones donde éstas cayeron.
Todo esto quedó en el recuerdo a partir del pasado 19 de febrero en que el aeropuerto de la avenida Amazonas cesó sus operaciones definitivamente, para renacer al día siguiente con el mismo nombre sobre la larga meseta de Tababela, unos 30 kilómetros al noroeste de la capital.
El moderno aeropuerto Mariscal Sucre de Quito tiene una pista de cuatro mil 100 metros de longitud, 45 de ancho, y un área de amortiguación de 600 metros, lo cual la hace la más larga de todas las capitales de Suramérica.
La torre de control de tráfico aéreo del nuevo Mariscal Sucre es tan grande como un edificio de 14 pisos, equivalente a 41 metros (16 metros más alta que la existente en la antigua terminal) y con una fácil línea de aproximación aérea fuera del área urbana.
La estructura de la torre de control y la terminal de pasajeros están hechas para resistir sismos de hasta nueve grados en la escala de Richter y cumplen, según sus constructores, con todos los requisitos de seguridad.
El nuevo aeropuerto es de categoría mundial, seguro, más eficiente que el anterior y cumple con los estándares internacionales más exigentes, precisan sus autoridades tras destacar que su plan de crecimiento sostenible le garantiza eficiencia durante los próximos 35 años.
Todas las instalaciones abarcan una superficie de mil 500 hectáreas, 10 veces más que el antiguo aeródromo capitalino. La terminal de pasajeros abarca 38 mil metros cuadrados y el espacio para el servicio de carga es de 42 mil metros cuadrados.
La meseta de Tababela tiene espacio suficiente para una segunda pista, cuyos estudios comenzarán en el 2017. En una segunda etapa prevista para el 2023 se ampliará la terminal en 20 mil metros cuadrados más y se prevé la construcción de un hotel y se añadirán nuevos servicios.
Por el largo de su pista, y su altura de dos mil 133 metros, puede recibir los mayores aviones que cubren rutas transoceánicas, y mediante renegociación exitosa, la Alcaldía Metropolitana recuperó unos 600 millones de dólares y su participación como socio con el 26 por ciento de los activos.
Según la Corporación Quiport S.A., quien tiene a su cargo el manejo del nuevo aeropuerto de la capital de Ecuador, el número de mostradores de migración de salida de pasajeros aumentó de 12 a 14 y en el área de arribo se incrementó de 14 a 20.
Amplios salones de espera, tradicionales tiendas de comidas rápidas y las conocidas libres de impuesto (duty free) sitúan al nuevo aeropuerto en el nivel internacional, a lo cual se suman 12 máquinas para chequear boletos de cualquier compañía y pasaportes con vistas a acortar los tiempos.
Aunque no formaba parte del plan original, hoy se construye un edificio frente a la terminal de pasajeros, donde funcionarán oficinas y habrá un patio de comidas y tiendas comerciales que podrán ser visitadas por quienes aguardan o despiden amigos y familiares.
Las nuevas autopistas que harán más fácil el acceso a la meseta de Tababela estarán terminadas el próximo año, pero la actual Vía Interoceánica que pasa por las zonas periféricas de Cumbayá y Tumbaco garantiza un pintoresco viaje de una a dos horas desde la capital, según el tráfico.
Ahora los vecinos de Quito, cuando miran a un avión cruzar en las alturas sobre su ciudad, recuerdan los tiempos en que sus ruedas casi rozaban sus techos al aterrizar y constituían una atracción para turistas que querían captar en fotos la cara del piloto.
Así, la capital ecuatoriana tiene un hermoso y moderno aeropuerto y ganó con la salida del anterior un enorme parque, el Bicentenario, nuevo pulmón urbano donde las risas de los niños contrastarán con el rugir de los aviones que hacían temblar los cristales de las casas.