Pilotos y azafatas que trabajan en tierra y mecánicos que sólo se limitan a mantener el orden de sus talleres son las tareas que desarrollan hoy los empleados de Sol, a la espera de una resolución que favorezca el futuro de la aerolínea y de sus puestos de trabajo.
Al ingresar al hall del Aeropuerto Internacional de Rosario se pueden divisar los mostradores de las empresas; el de Sol es el que más resalta. Los carteles que están detrás de la cinta transportadora claman por la devolución del trabajo y a ellos se suman algunos dibujos, hechos por los hijos de los empleados, para darles fuerzas a los padres y sus compañeros: uno, con ternura infantil, pide «Que el Sol no se apague».
«En este momento estamos cumpliendo horarios rotativos. No queremos dejar esto vacío porque podemos llegar a volver y que no haya nada», dice Carolina Cobelli, coordinadora del plan de respuesta a emergencia y delegada gremial de Sol. Están organizados: hay una tabla que demarca los horarios que le corresponden a cada uno para cubrir el puesto en el mostrador. Sobre esto, Cobelli cuenta: «Por lo general, las azafatas vienen a la tarde y los pilotos a la noche. Los chicos del taller sólo hacen mantenimiento del lugar e inventario de las cosas que hay en los galpones».
En tierra. Virginia Gómez es azafata de Sol desde hace cuatro años. Hace más de un mes sólo logra mantenerse en contacto con lo que estudió gracias a las clases que dicta en la escuela de vuelo del aeropuerto. «Es algo que me mantiene activa y en contacto con el rubro, aunque no es lo mismo. La verdad que es durísimo, muy difícil», cuenta. Hace hincapié en la profesión: el hecho de trabajar arriba de un avión, se ha elegido «como un estilo de vida, y todos queremos seguirlo».
A pesar de que el ánimo no acompaña, aceptó dar clases: «Hay que mantenerse firmes y dar una imagen positiva, porque también todo esto le sirve a los alumnos. Por otro lado, dar clases te enriquece como persona y te alegra ver tanta gente interesada por esto»…