Antes de conseguir un gran acuerdo, suele ser necesario dar un puñetazo en la mesa. Al parecer, esto último es lo que se necesita en Iberia, pero el nuevo presidente de la compañía, Luis Gallego, se resiste a perder el talante diplomático con el que asumió los poderes ejecutivos cuando relevó en marzo pasado a Rafael Sánchez-Lozano como consejero delegado de la aerolínea española. De ahà la impaciencia del Gobierno por un pacto que no termina de llegar y que va a exigir otra vez la mediación de la ministra de Fomento, Ana Pastor.
La responsable de la regulación aérea ha tratado de persuadir a la dirección de la empresa y a los representantes de los sindicatos para que formalizasen, al menos, un principio de acuerdo aprovechando el escaparate de Fitur. La ocasión era ideal para escenificar el abrazo colectivo y poner fin a un conflicto enraizado desde tiempos inmemoriales en las relaciones laborales de la antigua compañía española de bandera. Al final, o cuando menos de momento, la realidad se ha mostrado más tozuda que el deseo y lo único que ha presentado Iberia han sido sus tradicionales iniciativas comerciales de cada año.
La voluntad de acuerdo había confundido las expectativas más optimistas del Gobierno y, aunque nadie descarta un pacto a corto plazo, lo cierto es que a día de hoy todavía faltan por superar algunos escollos que dificultan el desenlace feliz de las negociaciones. El más importante es el anclaje de Iberia Express dentro de la estructura operativa del grupo IAG en España y las relaciones profesionales que los pilotos de la matriz Iberia puedan mantener para su eventual traslado a la compañía low cost.
Avión de Iberia en Barajas (EFE)Avión de Iberia en Barajas (EFE)El Sepla ha asumido la mayor parte de los planteamientos presentados por la dirección de la empresa. Materias básicas como la productividad, los salarios e incluso la admisión de los ERE están prácticamente cerradas y a la espera exclusivamente de un acuerdo sobre Iberia Express. La filial de bajo coste ha representado desde su constitución en marzo de 2012 un casus belli para los pilotos, y esta vez parece que tampoco va a ser una excepción.
El sindicato no quiere perder la condición elitista que le acredita de siempre en Iberia y trata de amparar sus reivindicaciones apelando a la comprensión del propio Luis Gallego, que no en vano era el consejero delegado de Iberia Express antes de su promoción dentro del grupo surgido tras la fusión con British Airways. El Sepla reclama un compromiso en virtud del cual los segundos de a bordo de Iberia puedan incorporarse como comandantes de la low cost en concepto de excedencia y con un complemento salarial que sostenga el poder adquisitivo de sus actuales retribuciones.
Un acuerdo a tres bandas
El director corporativo de Iberia, Sergio Turrión, cabeza visible en las negociaciones con los sindicatos, ha certificado el consiguiente acuse de recibo de la propuesta de los pilotos sin garantizar una respuesta positiva. La compañía sabe que el acuerdo exige concesiones, pero desde los cuarteles generales de Londres el máximo ejecutivo de IAG, Willie Walsh, ha dado severas instrucciones para que la futura paz laboral suponga el punto de partida de un cambio cultural dentro de la aerolínea española. Los dueños de Iberia creen que ha llegado el momento de domeñar al Sepla y evitar que las decisiones estratégicas tengan que pasar necesariamente por el filtro de los pilotos como si ellos fueran también los encargados de conducir la empresa.
Iberia necesita, además, un pacto global y transversal que integre al resto de colectivos de la empresa; el personal de tierra y los tripulantes de cabina de pasajeros (TCP). A diferencia del acuerdo de mediación impulsado por el Gobierno la pasada primavera, ahora es imprescindible un convenio a tres bandas que garantice el desarrollo de Iberia a partir de una rentabilidad sostenida…