Conforme avanzan tendencias como el Internet de las Cosas y la sensorización conectada de las naves, estamos acercándonos hacia un nuevo concepto que podríamos acuñar como el del avión inteligente, fuente de un Big Data inmenso que afecta a aspectos tan variopintos como la seguridad, el ahorro de combustibles o las cancelaciones por mal tiempo.
Cuando hablamos de innovación en la industria de la aviación comercial, solemos pensar en llamativas propuestas como cabinas que se expulsan en caso de accidente, nuevos diseños aerodinámicos para reducir el consumo de combustible, prototipos de mayor tamaño y alcance o mecanismos de seguridad de nuevo cuño para evitar secuestros y otros incidentes a bordo.
Sin embargo, existe otra capa de innovación más oculta, invisible a nuestros ojos, pero que es la que realmente está cambiando la forma de gestionar y entender el transporte por aire en nuestros días. Hablamos del Big Data, esa ingente cantidad de información que ha de ser almacenada, manejada y usada para obtener valor útil para el negocio. Una tendencia a la que la industria de la aviación no sólo no es ajena, sino que es uno de sus máximos exponentes.
Parémonos tan sólo a valorar el enorme volumen y variedad de datos que poseen compañías como Iberia, Air Europa o Lufthansa cuando volamos. No sólo conocen nuestro nombre, apellidos y número del pasaporte, sino que también cuentan con nuestra información financiera (por el pago del billete), conocen nuestros hábitos de vida (si viajamos por placer, por trabajo, qué países nos gustan más, dónde tenemos negocios en marcha"¦) e incluso pueden averiguar si tenemos pareja o familia (dependiendo de qué otras personas figuran en el lote de billetes). Si a esos datos le unimos los obtenidos a través de otras fuentes, como los registros antiterroristas o las bases de datos de seguridad nacional, el perfil que pueden esbozar se vuelve extraordinariamente nÃtido.
Grave fallo informático deja en tierra a los vuelos de British Airways
Pongamos cifras (nunca mejor dicho) sobre la mesa. Desde 2016, existe un Registro Europeo de Pasajeros en el que cada aerolínea que opere en el Viejo Continente debe aportar 19 datos sobre cada uno de los viajeros de sus aviones. En el caso de la firma de software que está detrás de la mayoría de compañías del sector (la española Amadeus, que trabaja con casi cuatro centenares de operadores distintos), esta norma le obliga a trabajar con casi 20 petabytes de información. Ahà es nada. Pero hay más.
Los aviones inteligentes
Descontando toda esa información de registros y control de los pasajeros, existe otro inmenso Big Data en el mundo de la aviación que afecta más directamente a la propia aeronáutica en sí, a los aviones que se elevan gloriosos sobre los cielos cual milagro de la ciencia que ha logrado conquistar las nubes. Y es que, conforme avanzan tendencias como el Internet de las Cosas y la sensorización conectada de las naves, estamos acercándonos hacia un nuevo concepto que podríamos acuñar como el del avión inteligente.
Muchos de los componentes que equipan los aviones en la actualidad ya cuentan con sistemas de monitorización (muchos de ellos obligatorios por la estricta regulación aérea). En total, los expertos hablan de hasta 5.000 puntos elementos que están constantemente sensorizados, midiendo parámetros tan variados como una mínima variación de temperatura o un cambio de presión, pasando por roturas, operaciones o movimientos no previstos o combinaciones de funciones (como desplegar los flaps en un despegue) que no entran dentro de la lógica de un comportamiento normal…