El aeropuerto internacional de Río de Janeiro está tranquilo después de la medianoche. La ciudad ya se fue a dormir después de un día agitado y agotador, marcado por la llegada del papa Francisco a la ciudad carioca para presidir la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ).
Los peregrinos que arriban desde distintas partes del mundo en medio de la noche nublada y húmeda bajan del avión, recogen sus valijas y se encuentran con que no hay burocráticos en el camino a la salida. Parece que ya están todos durmiendo. Entonces surge la pregunta sobre el futuro inmediato: ¿cómo vamos a la parroquia asignada? Al llegar al hall central, ven a una veintena de jóvenes voluntarios con una noticia para darles: los viajeros deben aguardar un poco más para conocer o reencontrarse con la cidade maravilhosa. Deben pasar la noche en el aeropuerto.
«Posso ajudar», exclaman los carteles que unos 20 jóvenes, en su mayoría brasileños, sostienen a lo alto junto a los stands de la JMJ al lado de las terminales 1 y 2. Debajo repiten la consigna en inglés (May I help you?) y español (¿Puedo ayudar?). Los carteles verdes combinan con sus remeras amarillas, que no sólo remiten a la bandera del país anfitrión del primer viaje internacional del papa argentino, sino que además ayudan a los peregrinos a identificarlos.
Cada vez que un peregrino se acerca y señala qué parroquia le asignaron, desde la organización recibe la misma respuesta: «Les recomendamos que se queden aquà hasta que amanezca; después se pueden tomar el autobús». Entonces, de a grupos formados improvisadamente, siguen la gran mano amarilla y azul de los voluntarios por algunos kilómetros. Deberán subir o bajar ascensores hasta llegar a algún rincón que los hospede.
Cuando deben abundar en las razones de sus consejos, los voluntarios esgrimen dos: la principal, la seguridad -pese al amplio operativo dispuesto por este evento, que incluye a unos 20.000 agentes de la policía y las fuerzas armadas-; y el hecho de que algunos establecimientos religiosos cierran a las 23 y no abren hasta las 6 del día siguiente.
«No es una buena opción salir cuando no conocen el lugar», repite ante LA NACION Lorena Oliva, una de las voluntarias de la JMJ que cubren el horario de 0 a 6 de la mañana en el aeropuerto. La joven de 21 años asegura que la ciudad está «más segura» con el refuerzo del Ejército, pero de todas maneras aconseja llevar la mochila siempre en un lugar visible y «prestar atención» al caminar por la calle.
El recorrido con Lorena desde una zona de descanso a la otra se ve interrumpido varias veces por consultas de peregrinos, que vuelven a preguntar si es verdad que tienen que pasar la noche ahÃ, dónde pueden conseguir un teléfono para contactar los coordinadores o cuál es la mejor opción para salir del aeropuerto. Ella insiste en que el taxi es caro y recomienda los autobuses que salen desde allí, pero desde la mañana siguiente, y con un costo máximo de 11 reales.
«No sé si es seguro salir del aeropuerto a esta hora», le dice a un chico que estaba averiguando qué camino tomar para ir hacia la parroquia donde lo esperaba su congregación. «Tendríamos que hacer la cuenta de qué te saldría más barato, si los tres autobuses o un taxi; yo te acompaño a preguntar al taxi», señala Lorena, con su tono paciente y servicial, a una chica que parecía perdida y a quien la parroquia asignada le quedaba lejos del aeropuerto.