«¿Te gusta HaitÃ?», preguntan a menudo los haitianos. «Es un país muy bello». La respuesta les sorprende, acostumbrados a la imagen negativa que el mundo tiene de su país. Pero más allá de los tópicos sobre miseria, desastres naturales y conflictos que azotan Haità desde hace siglos, es un país que desborda belleza natural, convirtiéndolo en un activo para uno de los sectores económicos más dinámicos a nivel global pero con un doble filo: el turismo. Derribos, desplazamientos forzosos, o planes de macrocomplejos sin previo aviso son algunas de las denuncias que enturbian esta actividad.
El Gobierno haitiano se ha propuesto aprovechar el potencial turístico del país. En el marco de la estrategia » HaitÃ, abierto a los negocios», el gobierno haitiano ha fijado la vista en el turismo como una de las estrategias principales para » estimular el crecimiento de la economía nacional», centrando los esfuerzos en la atracción de inversiones extranjeras y en transformar la imagen de Haità de un lugar al que ayudar, a un lugar al que viajar y con el que hacer negocios. Para el Ministerio de Turismo los retos son de imagen: «La mala percepción de la que es vÃctima el país a nivel internacional y la inconsciencia de la población haitiana de las riquezas turísticas y de la importancia del sector para la economía nacional».
Pero la percepción de una parte del pueblo haitiano es bien diferente: el sector crÃtico define el plan como una estrategia desarrollada en beneficio de una élite que no revertirá en las comunidades. Sus sospechas ponen el foco en hechos concretos, como que el gobierno garantice a las empresas extranjeras » vacaciones fiscales» si invierten en turismo o 15 años sin pagar impuestos ni costes aduaneros.
El Ministerio de Turismo argumenta que además del empleo y la formación profesional que acompañan los proyectos turísticos, se negocia con los inversores para que estos inviertan «entre un 8 y un 10% de sus beneficios en proyectos vitales para la población». Pero dichas inversiones y las promesas de trabajo digno raramente acaban cumpliéndose en HaitÃ.
Con el fin de que así sea, algunas comunidades afectadas por los planes del gobierno están empezando a organizarse y movilizarse, bajo la premisa que, si es sin el pueblo, el crecimiento y el desarrollo no es para el pueblo. El principal ejemplo de esta tensión entre la estrategia del gobierno y las necesidades de la población local es el proyecto que se está llevando casi toda la atención de medios e inversores: ÃŽle-a-vache.
Cómo convertir el paraíso en negocio
ÃŽle-Ã -vache es lo que en el imaginario occidental definiríamos como un paraíso y, en palabras del Ministerio de Turismo, un verdadero tesoro: «ÃŽle-Ã -vache representa una de las últimas auténticas islas del tesoro de todo el Caribe. Natural, no explorada, no explotada y del todo única; se trata de un verdadero paraíso en estado puro, una rareza en el mundo de hoy».
El plan para ÃŽle-a-vache incluye la construcción de 1.200 plazas turísticas, una carretera, un aeropuerto, un campo de golf, un puerto, electrificación, pozos de agua y diversas infraestructuras sociales. Parte de las infraestructuras van a ser pagadas con fondos venezolanos de PetroCaribe. El proyecto se presenta bajo etiquetas como: turismo sostenible de baja intensidad, respeto a la integridad cultural y ambiental de la zona, espíritu comunitario o reparto equitativo de los beneficios. Pero la población de ÃŽle-Ã -Vache tiene razones para desconfiar de esas etiquetas.
Disculpen, aquà vive gente
«No nos oponemos al turismo, sabemos que con el turismo llegaran hospitales y escuelas, pero este proyecto es demasiado grande para la isla», se lamenta Antoine Pierre, un joven que participa en una de las actividades informativas que ha preparado KOPI, el colectivo campesino de ÃŽle-a-vache. La población se siente abrumada y ninguneada…