Igual que todos los años, Atenas queda desierta la primera quincena de agosto. Al caer la tarde, incluso el tráfico parece detenerse. Solo los grupos de turistas, desafiando el sol que golpea con fuerza, invaden las calles de la capital en busca de restos arqueológicos o de una taberna tradicional en la que degustar la comida griega.
«Del corralito la verdad es que no se nota nada» comenta Lucía mientras se dispone a sacar dinero en un cajero automático. Esta alicantina está de paso por Atenas, con su grupo de amigos; el objetivo es recorrer varias islas del Egeo. «Hemos traído efectivo, por si acaso…