La llegada del verano, y con ella, el aumento de los viajes de placer, junto con el accidente del vuelo 214 de Asiana Airlines en San Francisco que se saldó con dos muertos y 61 heridos, ha hecho que la seguridad sobre los vuelos de aviones comerciales retorne a la actualidad. Por eso muchas aerolíneas, medios de comunicación y compañías de seguridad aviaria se han propuesto desmontar algunos mitos sobre los accidentes de avión (y nuestra salud en dichos medios de transporte). En muchos casos, para tranquilizarnos. Como indicaba Nassim Nicholas Taleb en una reciente entrevista, vivimos aterrorizados por la posibilidad de morir en un accidente de aviación, cuando estadísticamente es mucho más probable que fallezcamos atragantados con cualquier comida.
El piloto Mark Gerchick publicó recientemente un libro llamado Upright and Locked Position: Not-So-Comfortable Truths about Air Travel Today (W.W. Norton & Company) en el que indicaba que las posibilidades de fallecer en un accidente de aviación son, efectivamente, muy bajas. Tan sólo ha habido un accidente con vÃctimas mortales en Estados Unidos entre 2007 y 2011, y en él fallecieron 50 personas. Eso supone un reducido porcentaje de una muerte entre 23 millones, pero ello no debe paralizar la investigación para mejorar la seguridad en los vuelos comerciales. Pero, ¿cuáles son esos datos que desconocemos cuando entramos en un avión?
La mayor parte de accidentes se producen en los primeros minutos de vuelo (o en los últimos). Según los datos recogidos entre 1999 y 2008, los momentos más peligrosos de un vuelo son con diferencia el despegue y el aterrizaje. Un 31% de los siniestros se habían producido durante la fase de elevación inicial, un 48% durante el descenso y tan sólo un 21% durante el vuelo. Además, hay que recordar que uno de los accidentes más trágicos de la historia, el del aeropuerto de Los Rodeos en Tenerife, se produjo cuando los aviones aún estaban en pista.
En el 90% de accidentes aéreos hay supervivientes. Uno de los grandes miedos asociados al vuelo en avión es la imposibilidad de salvarse si se produce una tragedia. Al fin y al cabo, estamos a kilómetros sobre tierra, viajamos en un transporte cuyo tamaño es enorme y este apenas ofrece oportunidad de escape. Pues bien, según los datos ofrecidos por una investigación realizada por la cadena inglesa BBC, en el 90% de los accidentes hay supervivientes.
Los asientos más seguros están situados al final del avión. Un artículo publicado en 2007 en la revista Popular Mechanics señaló que esos incómodos, malolientes y tortuosos asientos situados cerca de la salida posterior del avión son los más seguros en caso de accidente. Estos datos fueron corroborados por otro experimento realizado en 2012 con crash test dummies: según sus resultados, todos los pasajeros de primera clase habrían muerto en el impacto, mientras que el 78% de los que se encontraban en la parte trasera del avión habrían salvado la vida.
Si estás a más de cinco filas de una salida de emergencia, estás perdido. Es la llamada "regla de las cinco fila" (no es un nombre muy imaginativo, no). El académico británico Ed Galea analizó más de 100 accidentes y descubrió que "los sobrevivientes se habían desplazado de media unas cinco filas antes de escapar de un avión en llama". Si los asientos de los pasajeros estaban situados a una distancia mayor, sus posibilidades de escapar con vida se reducían de manera significativa.
Tienes minuto y medio para escapar de un avión en llamas. Según los expertos, ese es el período de tiempo que transcurre entre que comienza el fuego y que la cabina del avión alcanza unas temperaturas que derretirían la piel de los viajeros. Unas de las recomendaciones más habituales realizada por los expertos es la de no intentar llevar contigo tu equipaje de mano en caso de accidente, algo que mucha gente sigue haciendo. Cada segundo cuenta.
¿Para qué se apagan las luces cuando aterriza el avión? Es una pregunta que muchos se hacen y de la que pocos tienen respuesta. La razón ofrecida por la mayor parte de oficiales de vuelo es que, debido a que como hemos visto se trata de los momentos más crÃticos, es que de esa manera, en caso de producirse un incendio o cualquier otro tipo de accidente, se podría localizar con más rapidez la amenaza.
No aterrices sobre el agua, hazlo sobre la nieve. Si el avión que nos transporta revienta en la mitad del vuelo, probablemente pensaremos que estamos perdidos y que es cuestión de (poco) tiempo que perdamos la vida. Pero no tiene por qué ser así: según Popular Mechanics, tienes unos dos minutos para pensar dónde quieres aterrizar, si eres capaz de no desmayarte. Y, al contrario de lo que cabría pensar, este lugar no debe ser el agua, sino una ciénaga o la nieve. Además, la posición indicada para caer es boca abajo con nuestras extremidades extendidas, con el objetivo de que el viento suavice la velocidad de nuestra caída.
El aire de los aviones nos puede intoxicar. Debido a la necesaria presurización de la cabina, el aire que respiramos en uno de estos medios de transporte es muy diferente al habitual. Este entra por las turbinas del avión, es filtrado y se traslada a la cabina. Si el sistema no está bien cuidado, puede ocurrir que penetren en la cabina algunos gases, fluidos o humos contaminantes. No es lo habitual, pero a veces ocurre, como en un vuelo del pasado año que unía Heathrow con Filadelfia y que se vio obligado a realizar un aterrizaje de emergencia debido a la intoxicación del piloto.
No te emborrachas más en un avión. Una de las leyendas urbanas que más circulan respecto a los aviones es que, debido a que la presión atmosférica es mucho menor que en la tierra, el alcohol es absorbido por la sangre mucho más rápidamente y nos emborrachamos bebiendo menos. Sin embargo, una investigación realizada por el profesor Bhushan Kapur de la Universidad de Toronto señaló que, en realidad, no hay ningún cambio en la sangre de los viajeros, y que la explicación puede deberse a que se bebe este alcohol en una cantidad de tiempo inferior a la habitual.
La radiación que recibimos es mayor. Debido a que la atmósfera es más fina, ofrece menos resistencia a la radiación, por lo que nuestra piel puede recibir una gran cantidad de rayos X. Incluso hasta el punto de influir sobre nuestra salud, afirman algunos expertos. Se estima que en un vuelo de siete horas entre Nueva York y Tokio se puede recibir la misma cantidad de radiación que durante una prueba de rayos X, y que esta exposición es aún mayor en las latitudes situadas más al norte.