Quince extenuantes minutos separan el casco urbano de San Gil con su aeropuerto de los Pozos. El camino es áspero, lleno de huecos y apenas cubierto por una endeble placa huella. Al llegar te encuentras con una reja, más propia de una mansión de los años cincuenta que de un aeropuerto. Tres hermosos bosques de pinos rodean la pista y la torre de control. Alrededor pastan ovejos y terneros. En las tranquilas tardes lo único que se escucha es el viento mover las hojas de los árboles y el cacareo constante de un gallinero.
La edificación es blanca y tiene tres pisos. En el primero funciona una cafetería en donde puedes conseguir chitos, gaseosas y golosinas. El olvido empieza a carcomer las paredes que alguna vez fueron blancas y una avioneta luce parqueada al frente del lugar. "La dejaron acá desde el sábado pero nadie ha venido por ella" Dice Nidia Guevara, hija de Orlando, el campesino al que el exgobernador de Santander, Hugo Aguilar, le entregó la torre de control en febrero del 2007, unos meses antes de que empezaran una improbable remodelación que dejarían al terminal aéreo como uno de los más importantes del país.
"La idea era quedarnos acá hasta que se adecuara la torre de control. Se iba a modernizar todo esto. Pasó el tiempo y no pasó nada"- dice Nidia mientras observa el bosque y la pista desde la privilegiada vista que se divisa desde la torre, su hogar desde siete años. "Al principio le pagaban a mi papá por cuidar esto, pero después se fueron atrasando los pagos y ya hace como un año que no nos dan nada"…
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