El oficio de viajero ya no es lo que era. El de atender a los viajeros tampoco, y quizá en los aviones es donde más se nota. Por un lado, adquirir un billete de avión a cualquier destino lejano y sugerente es hoy más barato que nunca. Por otro, las condiciones de ese viaje al paraiso (o al trabajo) se han ido acercando de modo lento pero seguro a las del ganado transportado en camiones, con la ventaja para el ganado de que a ellos no los van a registrar en la frontera como si fueran terroristas en potencia, asesinos de niños o, como decía el otro, "cosas peore".
De acuerdo con esos malos tiempos para la lírica del viaje aéreo, las azafatas, aquellos seres que la mitología popular representó siempre como una especie de mezcla entre la aventurera y la mujer fatal, mitad encanto virginal mitad ninfomanía a flor de piel, han pasado a ser meras camareras aeroespaciales. El glamour, en suma, ha desaparecido. Nos queda, sí, todavía, ese sueño húmedo y setentero de follar en los baños del 747 de turno.
Lo llaman "the mile high club" y parece ser una actividad refrescante, arriesgada y excitante
Pero, ¿la gente realmente hace eso? Se preguntarán. Pues sí, damas y caballeros. La gente se aburre en los vuelos y tiene imaginación (tampoco hace falta mucha). Y, sobre todo, una falta de respeto esencial hacia las normas de higiene básicas, porque, como apunta una azafata, "no es que los retretes de un avión estén en mi lista de lugares favoritos para hacer el amor, porque son pegajosos, huelen fatal y el líquido del suelo no es agua, pero bueno, cada cual con su rollo"…