El Dorado, Uno de los aeropuertos más grandes de América Latina, el tercero en tráfico de la región, con 35 millones de pasajeros movilizados en 2019 y el que concentra el 60 por ciento de los vuelos nacionales, tiene hoy más vigilantes que viajeros.
Después de 90 días del cierre de la terminal más importante del país, decretado el 25 de marzo en medio del confinamiento, el panorama es desolador. Locales cerrados, salas de espera vacías, aviones estacionados en la plataforma y un silencio que impresiona.
En medio de ese ambiente extraño y algo lúgubre, el concesionario Opaín no ha descansado. En este receso obligado puso en marcha una serie de medidas para convencer a las autoridades y, sobre todo, a los viajeros de que, a pesar de la pandemia, es seguro viajar en avión.
Pero tendrá que sortear otros escollos. El Gobierno autorizó reanudar los vuelos internacionales a partir del primero de septiembre, pero aún no hay fecha cierta para los nacionales. Esto tiene en alerta a las aerolíneas y a los concesionarios de los aeropuertos locales, que ven cómo en países vecinos y en casi todo el mundo han retomado actividades con los protocolos de seguridad, pero en Colombia no.
A esto se suma que se delegó la decisión de reabrir vuelos nacionales en los alcaldes, y no todos tienen claro cuándo hacerlo. Esto implica que aerolíneas y concesionarios tendrán que concertar con cada alcalde y coordinar con los que tienen el mayor flujo de pasajeros.
En el caso de Bogotá, la administración distrital ha dicho que a finales de julio podría autorizar los vuelos piloto, pero es incierto si dará el banderazo de reinicio a comienzos de agosto o en septiembre, junto con los internacionales.
Andrés Ortega Rezk, gerente de Opaín, explica que, cuando se reactiven los vuelos, los pasajeros encontrarán varios cambios. Habrá controles en las pocas entradas habilitadas para evitar el acceso de acompañantes o visitantes. Y los vehículos tendrán que dejar a los viajeros en el parqueadero o en la plataforma del segundo piso.
En las puertas del edificio principal, los pasajeros, todos con tapabocas obligatoriamente, harán fila con distancia de 2 metros entre cada uno. Al llegar a la puerta tendrán que lavarse las manos en módulos especiales. Luego, les pedirán el pasabordo (celular o impreso) para verificar el código QR.
Habrá un tapete especial de desinfección para limpiar los zapatos, y unos pasos más adelante una sofisticada cámara térmica, importada de Reino Unido, evaluará la temperatura de cada viajero. Si alguien tiene fiebre, quedará en manos de la Secretaría de Salud. En los counters deberán chequear todas las maletas, salvo una cartera o un morral pequeño, que podrán llevar a mano. Estos controles y restricciones podrían aumentar el tiempo de los procesos.
El gerente de Opaín dice que invirtieron unos 8.000 millones de pesos para cumplir las medidas de bioseguridad exigidas en cualquier aeropuerto del mundo. “Contratamos a Synlab, el mejor laboratorio de Europa en pruebas médicas, para que realice periódicamente exámenes y análisis a los trabajadores, funcionarios y en superficies de contacto”, explica.
También cerraron un acuerdo con la Fundación Santa Fe para proveer personal médico y expertos en epidemiología, que formarán un comité de seguimiento a los protocolos aplicados. Ortega recordó que los equipos instalados por el concesionario hace unos años filtran el aire como en un hospital de última generación.
Los pasajeros que salgan del país desde septiembre contarán con accesos automáticos en Migración. Y si tienen el registro del iris, no deberán entregar el pasaporte a los agentes, pues ya funcionan diez máquinas de chequeo automático…