TURISMO

Songos: los impresionantes toboganes naturales a un paso de Lima

El tenaz invierno limeño nos nubla en más de un sentido. A veces nos olvidamos de que el Perú es un país de montañas y que estas cobijan parajes insospechados. Solo pasando Chosica se ingresa a un universo totalmente diferente, lo más parecido a la campiña original. Media hora después de trepar por la sinuosa y atiborrada Carretera Central arribamos a Songos. Apenas un caserío, y mejor así, porque no ha perdido su encanto naif. De allí parten dos circuitos, uno se dirige al pueblo de Linday y a las ruinas de Cantahuaycho. Y el segundo enrumba a los toboganes naturales de piedra, de lejos la preferida de los viajeros.

La mayoría son muy jóvenes, incluso niños. La caminata no es muy exigente y, además, hay tres miradores con bancas, techo y agua potable, que permiten una tregua y tomar resuello. Los más avezados van por el lecho de la quebrada sorteando caídas de agua y practicando rapel. Pero todos confluyen en el mismo lugar: los toboganes. Allí se desata el jolgorio. Con la ayuda de cuerdas se trepa hasta la mitad de un peñasco colosal, que tiene una pendiente bastante pronunciada por donde fluye el agua que baja de las alturas. Lo demás ya se lo imaginan: la gente se desliza, a buena velocidad, por unos ocho metros, hasta caer con estrépito en una poza. Bajan individualmente, en pareja o en trencito. Se vacilan como chanchos en el lodo. El clímax de la ruta.

Pero hay que ganarse el derecho para disfrutar de paisajes como los de Songos: levantarse temprano, no descuidar el físico, jadear en las subidas y cruzar riachuelos. Pero ese esfuerzo envuelve la aventura dentro de una mística especial y potencia la experiencia y la seducción por el lugar…

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